ÉTICA Y VIDA EN SOCIEDAD

La polémica sobre la influencia de circunstancias biológicas o sociales en la conducta humana, o sobre la libertad de las personas para enfrentarse a su destino en la historia, tiene respuestas contradictorias.
¿Somos responsables de nuestro destino? ¿Nuestras opciones personales tienen una trascendencia más general? Los inspiradores de una filosofía práctica de la vida, también llamada ética, contestarían afirmativamente a buena parte de estas cuestiones, siempre que la libertad haya influido de forma determinante en las acciones humanas.
Se asiste al milagro de cada día gracias a la existencia de un equilibrio natural de fuerzas que rigen el cosmos. Pero son las pequeñas y grandes decisiones de las personas, tanto en el presente, como a lo largo de la historia, las responsables de buscar ese otro equilibrio inestable y necesario que es el mundo en el que vivimos: un compuesto de naturaleza y sociedad.
La ética ha sido desde sus orígenes el instrumento de la razón práctica humana, ideado para contribuir a resolver las tensiones entre la libertad personal y el interés común, el deseo más íntimo y la razón solidaria. Cuando las decisiones afectan al marco social, el civismo es el contenido de lo que podría llamarse ética pública.
Activismo, libertad y razón práctica son las sólidas raíces de la ética desde su génesis. Las ciencias naturales utilizan un conocimiento descriptivo y teórico, cuyo método es esencialmente cuantitativo o matemático. La razón humana que preside la ética es cualitativa y no cuantitativa. No se refiere a cálculos numéricos o lógicos, sino a la cualidad de las cosas. Tiene por ello, como principal objetivo, la intervención valorativa y activa de la persona libre en su realidad social.
Esto es lo que, desde el siglo XVIII, que proclamó la libertad, igualdad y fraternidad como valores universales, se denomina razón práctica, concepto diseñado por el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), según el cual no se trata sólo de conocer, sino de valorar y actuar. La ética, por tanto, no tiene reglas teóricas sino eminentemente prácticas. Descansa en la idea emancipadora de la persona, como ser capaz de elegir libremente y resolver por sí mismo sus contradicciones, de acuerdo con el bien propio y el común.
La ética es, pues, una filosofía práctica y personal, que tiene como objeto la conciliación, a menudo difícil, entre la persona y el mundo. El paso del objeto filosófico de reflexión del yo al nosotros, trasladado a la conciencia interior de cada uno, hizo posible su formulación por los pensadores clásicos, que intentaron desde el principio dar validez universal a algunos principios básicos de la vida del hombre en sociedad.
Fueron los filósofos de la Grecia clásica quienes acuñaron el concepto ética a partir de las primeras reflexiones sobre el comportamiento humano, efectuadas por Sócrates (470-399 a.C.).
En la filosofía occidental, el término ética está vinculado a la política y a las costumbres sociales. En sus orígenes estuvo ligado a la moral y a las costumbres, pero ya en el siglo XX adquirió una dimensión propia como disciplina filosófica. Su objeto consiste en reflexionar sobre las reglas que guían las acciones humanas, como un saber práctico, con tendencia a la universalización de los valores individuales, orientados al bienestar social y al civismo.
La libertad de la persona para elegir entre varias opciones, mediante la voluntad y la razón, es el corazón de la decisión ética. Pero, puesto que la conducta humana se debate entre el deseo, los impulsos y la razón, las más modernas corrientes de pensamiento entroncan con los clásicos al identificar la felicidad personal con la integración social y la colaboración solidaria del individuo con su entorno.
Otras corrientes de pensamiento establecen ciertas diferencias biológicas y genéticas entre los humanos y conceden mayor importancia a su influencia en el comportamiento. Sin embargo, actualmente hay un consenso entre los científicos respecto a la existencia de una sola especie humana, el Homo sapiens, sin que se pueda hablar estrictamente de varias razas, sino únicamente de pequeñas diferencias en la morfología externa.
La biodiversidad de los hombres se explica sobre todo por la adaptación de las poblaciones al clima. Pero, en el fondo, es obvio que algo que sea natural no tiene por qué ser necesariamente bueno. La existencia de diferencias genéticas, por ejemplo, entre hombres y mujeres, no justifica la inferiorización de un sexo por el otro. Los partidarios de la influencia de la cultura y de las ciencias sociales en los diferentes comportamientos humanos consideran que es una equivocación asentar la ética en la biología, pues nadie se libra de tener que administrar sus pulsiones y pasiones y procurar hacerlas compatibles con la convivencia cotidiana.
Por ello, todo es importante y toda persona es necesaria, desde el ámbito familiar más inmediato hasta el último rincón del cosmos. En ese amplio espacio de intervención, desde abajo hacia arriba, de lo más pequeño a lo más grande, se desarrolla la vida humana.

           LA ETICA COMO ARTE DE VIVIR Y SER FELIZ

La fuerza de la ética es inherente a la persona. En el tribunal interior, que es la conciencia, se debaten sus conflictos, pero las decisiones humanas, desde un punto de vista ético, no dependen de una posible penalización externa –como sería el caso de las normas jurídicas– sino de la conciencia personal, la responsabilidad y la satisfacción o culpabilización.
Por ello, ética y felicidad, según los clásicos, están directamente relacionadas, de modo que, tal como enunció Platón (428-347 a.C.), sólo los hombres justos y sabios podrían alcanzar la felicidad.
Contemporáneamente, la mayoría de pensadores opina que la relación entre ética y felicidad también se da a la inversa. Es decir, que la persona aceptablemente feliz, con sus necesidades materiales y emocionales cubiertas, integrada en su medio social y que disfruta de los mínimos derechos y libertades fundamentales, es asimismo la más preparada para tener un comportamiento justo y ético con sus semejantes. Convivencia y tolerancia son, por ello, condiciones básicas de una vida ética.
El filósofo español Fernando Savater considera que, en la actualidad, la ética es simplemente el arte de vivir, cuyo fundamento es la ausencia de sanciones, ya que la raíz está en la libertad. Es importante recordar que las libertades que disfruta una parte de la humanidad no son gratuitas, sino alcanzadas gracias al esfuerzo de generaciones que se dotaron en cada época de determinadas estrategias vitales para convivir.
Por tanto, es posible hablar de un discurso ético subjetivo, identificado con la conciencia de cada uno. Pero también lo es afirmar que el conjunto de costumbres que lo inspiran es objetivo, generalizable. Las sociedades priman el altruismo sobre el egoísmo con el fin de tolerarse mejor unos a otros y garantizar una buena calidad de vida en común.

VALORES FUNDAMENTALES
 
¿Existen valores universales que sean válidos para toda la humanidad, que sean capaces de inspirar la vida, con independencia de las diferencias culturales, religiosas, geográficas o económicas de cada ser?
He aquí una de las cuestiones éticas más intensamente debatidas en este siglo que finaliza, donde la línea de pensamiento llamada postmodernidad ha relativizado la validez o invalidez de las conductas, reduciendo las diferencias a simples puntos de vista o lenguajes diferentes entre las personas y poblaciones. Es decir, según estas últimas formas de pensamiento, manejadas intensamente en el último tercio del siglo XX, se convertiría en auténtica realidad el popular refrán: no hay verdad ni mentira, sino que todo es del color del cristal con que se mira.
Sin embargo, el todo vale, o el todo es relativo, rozan el terreno del absurdo cuando se elevan a algo más que un mero discurso pseudofilosófico. Entonces se observa que, a pesar de las diferencias, la humanidad está realmente dotada de ciertos valores que son universales y que funcionan más allá de las fronteras.
Ser uno mismo: he aquí una de las máximas de la filosofía ética clásica. Pero, para que cada persona alcance ese estadio, se necesitan unos puntos de referencia sociales. Se trata de la búsqueda de la identidad personal, el llegar a ser quién eres, más allá de las circunstancias, que también formularon los griegos.
La dificultad estriba en que para madurar se necesita el diálogo y la superación del estadio infantil, basado en el principio de autoridad paterna, mediante la autonomía (la norma me la doy yo). Pero también es imprescindible la integración de la persona en la sociedad. El reconocimiento de que los valores personales adquiridos son los adecuados sólo puede obtenerse a través de los demás, mediante la respuesta que de ellos se obtiene, es decir, en el fondo, mediante la adecuación a ciertos códigos éticos elegidos.
También es cierto, sin embargo, que no existen cánones éticos válidos para toda la humanidad ni para todas las circunstancias, puesto que la libertad no admite normas universales, sino adecuadas a cada individuo y situación.
Según la filósofa Victoria Camps, la multiculturalidad no excluye la existencia de ciertos valores universales, tales como la igualdad entre los seres humanos, principio que no resulta invalidado por el hecho de que sean admitidas las diferencias culturales entre los grupos.
Una vía posible para identificar en la actualidad los valores éticos fundamentales, que inspiran los principios democráticos, consiste en la superación de las culturas particulares hasta alcanzar la idea de la multiculturalidad, es decir, de todos aquellos valores que unen a las diferentes culturas, que están presentes en ellas.
Muchas de las costumbres que presiden la vida privada de las personas en todo el mundo suelen estar estrechamente influidos por estos valores. También es cierto que algunas de esas conductas son, evidentemente, antiéticas, como, por ejemplo, el fundamentalismo contra las mujeres en muchos países islámicos.
La tarea personal estriba, pues, en identificar unas y otras, adoptar algunas de ellas y rebelarse contra otras, con el fin de dotarse de una personalidad moral, que le sea útil en su propia vida a cada persona. Fácilmente, y por sentido común puramente, en los aspectos positivos de la vida privada de los pueblos se encuentran valores como la autonomía, la dignidad, la responsabilidad, la libertad, el optimismo, la tolerancia, la solidaridad, el activismo o el trabajo.
Una vez identificados, esos rasgos son los valores universales que, sin duda, a lo largo de la historia, han inspirado e inspiran los esfuerzos de personas y pueblos para conseguir una sociedad mejor.
 
LA LIBERTAD PERSONAL Y COLECTIVA
 
Para considerar que una decisión es más o menos ética, existe un primer requisito a tener en consideración: el grado de libertad o de condicionamiento con que ha sido adoptada.
Ya se ha dicho que la libertad es la raíz de la ética. Sólo se pueden pedir responsabilidades por sus actos a las personas si han actuado con conocimiento de causa y libremente. Es decir, que ya no sólo en el campo ético, sino en el discurso jurídico, existen situaciones, tales como el miedo insuperable, el estado de necesidad (por ejemplo, el hambre), la locura y muchas otras que anulan la responsabilidad del sujeto que ha cometido una acción.
Desde el punto de vista ético, no es el miedo a la sanción el motivo de la acción humana a tener en cuenta, sino que la conciencia establece por sí misma unos límites éticos cuando la persona ha madurado. El ejercicio de la libertad personal consiste, precisamente, en el diseño y aceptación personal de esos límites que dan los márgenes entre los cuales el arte de vivir de acuerdo con uno mismo y con los demás es posible.
Ahora bien, los límites de la libertad individual están estrechamente vinculados a las libertades colectivas y públicas. Y éstas no se dan por igual en todos los países ni en todas las épocas de la historia de la humanidad. La esclavitud, por ejemplo, era una práctica habitual en la antigüedad clásica, mientras el tráfico de esclavos desde África hacia los países ricos fue un vergonzoso negocio no tan lejano en el tiempo histórico.
En esas condiciones no podía hablarse de libertad de las personas ni de los pueblos. Para que ésta existiera, la Revolución francesa hubo de proclamar precisamente la libertad política como una de sus máximas principales. Ésta incluye un amplio abanico de libertades públicas, tales como la libertad de reunión, expresión, manifestación, información, voto, y la más importante de ellas, el reconocimiento de la libertad de pensamiento que es, en definitiva, la raíz de la conciencia ética.
En cada país la lucha por la defensa de estas libertades corre paralela a la emancipación de las personas y de los pueblos.
 
LA JUSTICIA, MOTOR DE LA ÉTICA
 
La defensa activa de la dignidad humana obliga a formular el concepto de justicia, auténtico motor de la ética y que, al igual que los valores anteriormente reseñados, tiene la doble perspectiva colectiva e individual, es decir, de arriba abajo y de abajo arriba, del individuo a la sociedad y viceversa.
La justicia es el instrumento del que se dota la sociedad para intentar llevar a la práctica los valores anteriores. Para conseguir que hombres y mujeres sean libres y posean dignidad se precisan las intervención de una justicia que reduzca los desequilibrios y los excesos que lo impiden.
Sin justicia no hay ética ni principio liberador humano que pueda invocarse de forma seria, pues sería simplemente hipócrita invocar ideales humanistas sin procurarse medios para analizar, combatir y sancionar las situaciones injustas que proliferan en la sociedad contemporánea.
La justicia, desde el punto de vista del derecho, se organiza en un sistema de leyes, tanto nacionales como internacionales, a cuyo cumplimiento están llamados los ciudadanos y los países para garantizar la convivencia.
Pero derecho y justicia no son la misma cosa. De todos es conocido la existencia de leyes injustas y de la propia injusticia social que puede darse en cualquier rincón del mundo, incluso cuando hay un cumplimiento estricto de la legalidad vigente. La conciencia ética colectiva o el civismo defienden el valor de una justicia que está incluso por encima del derecho común y que descansa en la idea de equilibrio, responsabilidad, redistribución e igualdad de oportunidades.
Según los filósofos clásicos griegos, sólo los hombres justos podían ser felices. Su ideal de justicia personal corría parejo al de sabiduría y al de bien y verdad, hasta el punto que Platón no concebía la idea de maldad más que a través de la ignorancia del ser humano respecto al bien y a la posibilidad de ser justo.
Desde una perspectiva contemporánea, la conciencia ética permite la formación de una identidad propia y justa para cada persona, de modo que la construcción de uno mismo sería para Friedrich Nietzsche (1844-1900), por ejemplo, la mejor obra de arte del ser humano. Sigmund Freud (1856-1939), forjador del psicoanálisis, construyó su teoría psicológica precisamente a partir de la superación de los instintos contradictorios de la persona y de la liberación de sus energías positivas.
 
LOS DERECHOS HUMANOS
 
Durante los últimos años han crecido en todo el mundo las voces de los activistas en defensa de los derechos humanos y las denuncias contra agresiones de toda índole a los individuos. Las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y otras asociaciones, formadas por personas que trabajan de forma voluntaria en favor del cumplimiento de estos derechos, denuncian constantemente las violaciones de derechos políticos, culturales y materiales en las zonas más desfavorecidas del planeta, donde las poblaciones indígenas todavía se encuentran marginadas. Ahora bien, también la pobreza y la marginación son una realidad sangrante en el mundo occidental.
Los activistas de estas organizaciones consideran como un primer paso importante alcanzar el reconocimiento legal de los derechos humanos en todos los países, pues, estén o no reconocidos por las legislaciones internas, se trata de exigencias éticas. Más importante aún que su reconocimiento formal pleno es que se cumplan en la práctica. Las discriminaciones de hecho o de derecho (pensemos en la persistencia de dictaduras o de la miseria de muchas poblaciones africanas) que se producen en todos los países del mundo, hacen todavía de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por las Naciones Unidas en 1948, una cuestión de candente actualidad y reivindicación permanente.
El antecedente histórico de la proclamación fueron los valores que habían inspirado la Revolución francesa en el siglo XVIII y que se plasmaron en otro texto fundamental: la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la Asamblea Constituyente francesa en 1789, influida a su vez por la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776. El texto francés proclamó la igualdad entre los hombres y los derechos inalienables a la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. Se consideraron además otros derechos políticos fundamentales, como el respeto a la soberanía popular y a la libertad religiosa y de opinión.
Tras la segunda guerra mundial, los estados miembros de la ONU se comprometieron a cooperar para hacer efectivo el respeto universal a los derechos y libertades fundamentales del hombre. Tuvieron como antecedente inmediato los terribles crímenes contra la humanidad cometidos por los regímenes nazis y las graves secuelas de la guerra.
 
DEBERES Y DERECHOS
 
La Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano fue ratificada en París en 1948 por la asamblea de la ONU y en la actualidad casi todos los estados están adheridos a la misma, aunque su cumplimiento sea pura teoría en muchos casos. El documento reconoce, entre otros, el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la libre asociación y a la resistencia contra la opresión, como derechos fundamentales e irrenunciables de todo ser humano.
Una somera aproximación a su contenido da lugar a una triple reflexión desde el punto de vista de la ética:
• Que tanto los derechos fundamentales, promulgados por los revolucionarios franceses y norteamericanos, como el texto de las Naciones Unidas se inspiran en los antiguos valores éticos de los filósofos clásicos. Libertad, dignidad y justicia están presentes en los documentos actuales mediante su concreción en los derechos humanos.
• Que todos y cada uno de estos derechos tienen el correlativo de un deber. El deber de los estados y de los ciudadanos de respetar, garantizar y luchar por su desarrollo.
• Que, además, tanto los deberes como los derechos deben interpretarse a la luz de una doble óptica: la del individuo y la de la sociedad. Unos y otros están sujetos a derechos y obligaciones éticas. Una efectiva actitud democrática debe contemplar los conflictos humanos de abajo arriba y de arriba abajo, de modo que cada persona y cada país sean activos defensores de los derechos humanos y participen de ellos.
El texto está formado por treinta artículos, de los que se han seleccionado algunos por su importancia y vigencia desde el campo de la ética:
• Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (art. 1).
• Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición (art. 2, 1).
• Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona (art. 3).
• Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes (art. 5).
• Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación (art. 7).
• Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su domicilio o su correspondencia, ni de ataque a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques (art. 12).
• Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia (art. 18).
• Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión (art. 19).
• Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacífica (art. 20, 1).
• Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación (art. 20, 2).
• Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos (art. 21, 1).
• Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo (art. 23, 1).
 
• Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual (art. 23, 2).
• Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social (art. 23, 3).
• Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses (art. 23, 4).
• Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad (art. 25, 1).
• La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social (art. 25, 2).
• Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos (art. 26, 1).
• La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz (art. 26, 2).
• Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos (art. 26, 3).
 


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